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Diego CARBAJO
María MARTÍNEZ
Desde mediados de los 90 grupos de jóvenes del País Vasco y Navarra vienen alquilando antiguos locales comerciales como espacios de ocio y socialidad. La imagen de este fenómeno que a lo largo de estos años y salvo alguna excepción, se ha ido construyendo por parte de los medios de comunicación es la de un espacio opaco y de transgresión. Unido a esto, el auge de este fenómeno ha ido generando cierto interés por parte de las administraciones locales y municipales abordándolo, la mayor parte de las veces, como un problema social. El artículo que sigue trata de extraer algunas conclusiones e ideas de una investigación realizada por el Centro de Estudios de la Identidad Colectiva / Identitate Kolektiboen Ikertegia perteneciente al Dpto. De Sociología 2. de la UPV-EHU a petición del área de Juventud del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz. El informe completo está accesible en: http://www.identidadcolectiva.es/pdf/
La investigación ha sido precedida de un mapeo de la ciudad acompañado de un pequeño cuestionario con el que poder dimensionar cuantitativamente (estadísticamente) el fenómeno. Pero en tanto que ha querido profundizar en las prácticas, discursos y lógicas que articulan el fenómeno, el trabajo principal ha sido de corte cualitativo (entrevistas, grupos de discusión y observación no participante con jóvenes, pero también con vecinos, padres-madres, técnicos del ayuntamiento y propietarios). Paralelamente a la investigación y de manera experimental se ha elaborado un video documental junto con Laurent Leger Adame que, dando voz a los jóvenes, quiere ser un elemento más para la reflexión. Contiene subtítulos en euskara e inglés y se puede descargar desde: http://www.identidadcolectiva.es/images/video.zip
Como primera toma de contacto diremos que el mencionado mapeo ha permitió localizar unas 160 lonjas y estimar que fuera del casco urbano de Vitoria-Gasteiz (incluyendo zonas industriales y periféricas al caso urbano) habría, al menos, otras 40 ó 50 lonjas más. Cruzando esta estimación con los datos obtenidos del cuestionario, habría entre 3.384 y 3.948 personas jóvenes que actualmente tienen una lonja; es decir, entre un 9 y un 11% de la población gasteiztarra entre 15 y 29 años. Si a esto le añadimos que el número de personas jóvenes que, sin tener lonja propia, frecuentan las lonjas de amistades y, quienes habiendo teniendo lonja se encuentran momentánea o definitivamente sin ella, podemos decir que el fenómeno de las lonjas no parece ser minoritario en Vitoria-Gasteiz y que ya no se encuentra tanto en la fase de la emergencia, sino en la de consolidación.
Desde mediados de los 90 grupos de jóvenes del País Vasco y Navarra vienen alquilando antiguos locales comerciales como espacios de ocio y socialidad.
En lo que respecta a la parte cualitativa que tiene que ver con el abordaje del fenómeno desde una perspectiva estructural y generalizable al conjunto del País Vasco se puede destacar que el fenómeno tiene mucho que ver, más allá del motivo climático, con 1) transformaciones urbanas de largo recorrido; 2) con el prolongamiento y precarización de la juventud; 3) con cambios en las formas de ocio y de consumo; 4) con políticas de gobierno implementadas desde las diferentes administraciones; y 5) con la particularidad cultural que supone la existencia la institución social de la cuadrilla.
Así pues, la emergencia del fenómeno de las lonjas juveniles coincide con la implantación de los grandes centros comerciales que implicaron la desaparición de gran parte del pequeño comercio de barrio. Este cambio dejó una gran cantidad de locales comerciales en desuso en los cascos urbanos que los jóvenes han ido alquilando como lonjas juveniles. Es decir, en tanto que fenómeno urbano, la lonja juvenil señala y es efecto de un proceso de vaciamiento parcial y de reconfiguración urbana que está indisociablemente unido a un cambio en el modelo productivo y de consumo acaecido en la CAPV en estos últimos veinte años.
Como primera toma de contacto diremos que el mencionado mapeo ha permitió localizar unas 160 lonjas y estimar que fuera del casco urbano de Vitoria-Gasteiz habría, al menos, otras 40 ó 50 lonjas más.
En lo que respecta al prolongamiento de la juventud entendido como demora en alcanzar las marcas de la identidad adulta —trayectorias formativas más largas, temporalidad del empleo, dificultades para acceder a una vivienda, etc.—, se puede decir que la lonja constituye un espacio de autonomía fuera del hogar familiar y que habilita formas de emancipación parcial. Así, resulta necesario situar la lonja dentro del actualmente largo proceso de transición hacia la identidad adulta en el cual los jóvenes se van construyendo como individuos autónomos.
Muy unido a este proceso, relacionado con las formas de ocio y de consumo, hay que entender que la lonja permite ciertas economías sumergidas de ocio —se sigue consumiendo, pero a escala diferente— en un contexto de aumento de precios de la industria del ocio (hace una década con la moneda única y hoy en día con las diferentes subidas de impuestos). Es decir, dada la creciente dependencia económica y de recursos que los jóvenes contemporáneos tienen respecto a sus familias de origen —cada vez más precarizadas ellas también—, el tipo de rentabilidad económica y de medios que les posibilita la lonja resulta crucial para entender la extensión del fenómeno.
Por otro lado, conviene tener en cuenta también las diferentes ordenanzas municipales anti-botellón, algunos programas y convenios del Gobierno Vasco con las asociaciones de hosteleros vascos y la conocida como Ley anti-tabaco de 2011 aplicada en todo el Estado. Este conjunto de políticas de gobierno implementadas en esos últimos años se han traducido en lo que respecta a las prácticas de jóvenes en: a) la prohibición de consumir bebidas alcohólicas en los espacios públicos; b) normativas más restrictivas en torno a la venta de alcohol a menores y el derecho de admisión de éstos a los establecimientos hosteleros; y, c) la prohibición del consumo de tabaco en algunos espacios semi-públicos (principalmente bares) y públicos. Así pues, este conjunto de políticas de gobierno de las diferentes administraciones, tratando de ordenar, neutralizar y corregir algunas prácticas sociales en espacios públicos y semi-públicos ha terminado colaborando en la institucionalización del fenómeno. Dicho de otro modo, unido a los cambios en las formas de ocio mencionadas anteriormente, estas políticas han contribuido a una suerte de desplazamiento y repliegue del colectivo juvenil, en su búsqueda de espacios autónomos y auto-normados, hacia los espacios de las lonjas.
En esta línea hay que señalar que la principal cuestión que explica el éxito de las lonjas tiene que ver con ese carácter auto-normado de las mismas en el sentido de que las normas las constituye el propio grupo. Es decir, sobre todo para los más jóvenes, frente a una multitud de espacios heterónomos en los que las normas están pensadas y vienen dadas desde el mundo adulto (hogar familiar, escuela, actividades extraescolares, centros cívicos, polideportivos, etc.) la lonja resulta un lugar donde ellos “producen” e intervienen en sus propias normas. Más allá de ser un espacio que se sustrae del control adulto e institucional, resulta llamativo observar la construcción, mediante ensayo-error, de un entramado de reglas variable con el que la lonja se autogobierna.
Por último hay que subrayar que las lonjas no se pueden entender sin introducir en el análisis la particularidad cultural que supone la existencia en el País Vasco de la institución social de la cuadrilla como articuladora de la socialidad. La existencia de esta figura ha posibilitado a las personas jóvenes pensarse como grupo, desarrollar esta estrategia colectiva de ocio y de consumo y normalizar el fenómeno entre las madres y los padres. Contribuyendo a reforzar los vínculos de amistad, la institución social de la cuadrilla ayuda a entender tanto las lógicas internas que se dan en las lonjas juveniles como las similitudes que van adquiriendo, a lo largo de los años, con las sociedades gastronómicas. En esta línea, el control informal entre pares que opera en la cuadrilla aquí adquiere un carácter más general en tanto que la lonja es, la mayor parte de las veces, una alianza entre varias cuadrillas (‘fusiones’ que la mayor parte de las veces se realizan para sortear el costo de los locales).
Habría entre 3.384 y 3.948 personas jóvenes que actualmente tienen una lonja; es decir, entre un 9 y un 11% de la población gasteiztarra entre 15 y 29 años.
Una vez realizado el análisis estructural, la principal contribución en torno al análisis cualitativo que desarrolla la investigación es una tipología analítica que distingue las lonjas en tres grupos o momentos (de reciente formación, en consolidación e institucionalizadas) atendiendo a las diferentes formas de composición, organización, significado y momento vital en el que se encuentran los y las integrantes de la lonja. Las narrativas que los jóvenes nos han ofrecido para reconstruir las trayectorias de sus lonjas nos ha llevado a plantear la necesidad de una redefinición del propio fenómeno hacia una concepción menos estigmatizadora del mismo.
Como hemos esbozado, en las lonjas de creación reciente, los jóvenes-adolescentes ensayan diferentes tipos de normas y van interiorizando, de manera casi lúdica (pero no sin conflictos), formas de convivencia grupal y comunitaria (entre ellos y con el vecindario). Esta lógica del ensayo-error revela que este proceso de aprendizaje colectivo se da más mediante el escarmiento que mediante algún tipo de (in)formación. Es decir, gran parte de las veces este proceso de aprendizaje se da a través del conflicto con los vecinos o con la policía, finaliza con la clausura del local y refuerza las estrategias de invisibilización convirtiendo el fenómeno en más opaco. Como decíamos al principio, el eco que los medios de comunicación hacen de este tipo de sucesos (asociando lonjas únicamente a problema social), contribuye a estigmatizar más el fenómeno entre la ciudadanía y cierran un bucle de (des-)información que resulta incontrovertible.
La definición generalizada de lonja como problema social afecta también a los potenciales arrendadores de los locales, agudiza su desconfianza respecto a los jóvenes y provoca, lateralmente, el aumento de los precio de los locales. En una coyuntura en la que la demanda de lonjas juveniles es alta, tanto la sospecha de los posibles problemas que el arrendador cree que le podría generar alquilar el local a jóvenes (daños en el local, problemas legales y con el vecindario) como la ausencia de garantías (por el propio estatus a-legal del alquiler y por el desconocimiento) producen una escasez de la oferta (cohíbe a los posibles interesados en alquilar el local a los jóvenes) y aumenta el precio de las lonjas.
Y como se ha mencionado, es el alto precio de los locales lo que muchas veces determina que una cantidad mayor de jóvenes (o cuadrillas) tenga que asociarse para poder afrontar su gasto. Los problemas por ruido y los riesgos del hacinamiento tienen que ver con las prácticas de los jóvenes, pero sin duda también con los precios de las lonjas. En esta línea, la precariedad de las instalaciones de los locales en que están los más jóvenes se explica no tanto por su capacidad adquisitiva o falta de iniciativa, sino por la dificultad que tienen para dar con las mismas, las condiciones en las que está el propio local y los altos precios que exigen en muchos casos los propietarios.
En este sentido, la responsabilidad de las deficiencias de las instalaciones y el estado general del local recae muchas veces sobre los jóvenes (inquilinos) cuando para el resto de inmuebles está socialmente establecido que es el propietario quién debiera asumir la responsabilidad de su buen estado (comprometiéndose después los inquilinos a mantenerlo). Unido al estatuto a-legal del fenómeno, la inadecuación de los equipamientos de algunas lonjas obedece muchas veces al cálculo que hacen los jóvenes inquilinos entre el trabajo, el tiempo y el dinero invertido en algunos bienes, y la percepción de que pueden ser desalojados en cualquier momento. Es decir, no tiene que ver tanto con la dejadez o irresponsabilidad de los jóvenes como con la incertidumbre de su continuidad (estar a merced de propietarios y de vecinos o policía) unido a una falta de información sobre derechos y obligaciones, seguridad, etc., por ambas partes (propietarios y jóvenes).
El alto precio de los locales lo que muchas veces determina que una cantidad mayor de jóvenes (o cuadrillas) tenga que asociarse para poder afrontar su gasto.
Las lonjas que se sitúan en un momento de consolidación e institucionalización, generalmente, han tenido alguna experiencia previa de desalojo y van desarrollando formas de gestión y organización más estables que tienden a dotar de continuidad a la lonja (normas que principalmente mejoran la convivencia interna y con el vecindario). Las formas de gestión que van adquiriendo resultan similares a las de las sociedades gastronómicas, y nos informan de un proceso de maduración social y asunción de responsabilidades cívicas. Esto, unido al momento vital en el que se encuentran los componentes de la lonja (trabajo-paro-formación, retorno a casa de los padres o a la ciudad, formación de la pareja) hace que los usos y significados de la misma cambien. Este tipo de cambios vitales en los y las componentes de la lonja hacen que esta se vaya constituyendo como espacio donde poder emanciparse parcialmente y/o mantener un espacio propio donde relacionarse con los amigos de toda la vida más allá de los bares o las actividades de ocio convencionales. Su consolidación como lugar de ocio y de consumo pero principalmente, la idea de proyecto colectivo sobre el que se asienta, nos lleva a plantear el fenómeno no tanto como problema sino como oportunidad para desarrollar actividades y políticas que tienen que ver con la dinamización social de los barrios y de las ciudades, el asociacionismo, nuevas formas de ciudadanía, etc.
Con todo, el análisis de este fenómeno social desde diferentes planos pone de relieve que más allá de una moda o un fenómeno anecdótico, es efecto de respuestas colectivas a múltiples e interrelacionados procesos estructurales (individualización, precarización de la vida, formas de consumo, etc.). Profundizar más en el estudio de este fenómeno resulta una labor indispensable tanto para entender la creciente complejidad que están adquiriendo nuestras sociedades como para identificar las potencialidades que, sin duda, también contienen.
Texto: Diego Carbajo y María Martínez. CEIC-IKI. http://www.identidadcolectiva.es Dpto. Sociología 2. UPV-EHU
Imágenes: Laurent Leger Adame http://www.laurent-legeradame.com/home
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